Por Eduardo Planchard
Don Luis Zambrano es un fragmento de esa Venezuela creadora que no se
deja vencer por los obstáculos sino que al enfrentarse a ellos saca lo
mejor de sí. Con ingenio y pasión logró electrificar gran cantidad de
pueblos en la zona de Los Andes, incluso, recientemente se instaló uno de sus
generadores en Santa Elena de Guairén. Inventor de una tecnología apegada
a la tierra, innovador con un claro sentido de las necesidades productivas
del pueblo. El forma parte de esa historia no escrita que debe ser
rescatada del olvido, pues ya, antes de morir, su precioso trapiche que en
su tiempo sorprendió a toda Venezuela se encontraba en ruinas.
Esa capacidad de olvido es uno de los mayores errores de nuestro
país, haciéndonos vivir en la total inmediatez. Este material testimonial
intenta retomar los hilos del pasado para que inspire a la generación
presente.
Tardé varios años en materializar este proyecto, pero creo que ya ha
madurado. Me enfrenté ante el dilema de cómo organizar las transcripciones
de las largas conversaciones que tuve con Luis Zambrano, ya casi al final
de su vida. Lentamente fue surgiendo la organización actual de ese
material. Para Luis como para muchos representantes de la Cultura Popular,
como es su caso y el de Juan Félix Sánchez, es de gran importancia las
palabras que utilizamos cotidianamente, y para aclarar no apelan al
diccionario sino a la reflexión sobre ellas. Las conversaciones del
inventor de Bailadores giraron, en muchas ocasiones, entorno a
determinadas palabras, por eso decidí dar esa estructura a su testimonio
oral. Así surgió una especie de diccionario de palabras organizadas
alfabéticamente, que nucleaban sus conversaciones. Los datos biográficos
los organicé girando sobre determinados temas como: datos familiares,
formación, trabajos, etc. Finalmente seleccioné un grupo de sus principios
filosóficos y máximas. Creo que esta organización del material facilitará
su lectura y la comprensión de Luis Zambrano.
El ensayo que inicia la parte testimonial es una breve introducción
a la vida y obra de Luis Zambrano.
¿Quién es don Luis Zambrano? Es uno de los máximos representantes de
la tecnología Popular venezolana, inventor en cuyo hacer la técnica, la
creación y el arte se conjugan. Al observador detalladamente sus máquinas
parecen seres salidos de otras eras. Cuando nos aproximamos a su proceso
inventivo, comprendemos cuan endebles es la línea divisora entre la
técnica, la ciencia y el arte...
Un acercamiento a él nos hará comprender mejor el genio creador de
nuestro pueblo. Por ello dedicamos estos ensayos a su vida y obra, como un
homenaje a los venezolanos y sus capacidades creativas...
Luis Zambrano nació el 1 de mayo de 1900. Fecha más significativa no
pudo ser, pues vino al mundo, a las 2 de la mañana en el día internacional
del trabajador. Nació con el siglo. Desde pequeño si algo ha sabido hacer
don Luis Zambrano es trabajar con creatividad y afán, sin importar los
desvelos. Desde niño se prefiguró su genio y su inventiva. El, en
lugar de jugar como los otros niños de la aldea de Mariño, entre Tovar
y Bailadores en el estado Mérida, se dedicó a crear sus propios juguetes.
Pasaba la mayor parte del tiempo en el patio en el trasero de la
casa paterna. Entre naranjas, a las que clavaba paletitas de madera para verlas
girar y gracias a las corrientes de agua que hacía chocar con sus aspas,
aprendió los principios de la física. Con mecanismos que él mismo ideaba,
gozaba engranando y transmitiendo movimientos a otras naranjas. Entre
diversiones aprendió que mientras más pequeña era la naranja, al caer el
agua sobre sus paletas, se movería con más rapidez, haciendo mayor número de
giros. El aprovechaba ese movimiento para transmitirlo por medio de
pequeñas correas a pequeñas máquinas producto de su invención.
Así se familiarizó, desde tierna edad, con los engranajes, correas, y con la construcción de aros. Gracias a estos instrumentos, entre juegos pudo hacer eficientes trapiches y
molinos los cuales molía tallos de tártaro. Cuenta que, entre risa
y correazos de su padre, Ramón de Jesús Zambrano, aprendió los principios
básicos de la física. Gracias a ellos se transformó en un hacedor de máquinas.
Con sus aptitudes volcadas en el juego, pudo solucionar
problemas tecnológicos que en oportunidades parecieron a muchos ingenieros
imposibles de resolver.
En su infancia esta obsesión le preocupó mucho a su padre, quién le
pidió consejo al Padre Pérez. Pero el religioso al ver a Luis jugando tan
afanosamente con un pequeño trapiche, se dio cuenta de que eso era algo más que
un juego y se lo dijo a don Ramón: "Ese niño se prepara para el
futuro". Y estaba en lo cierto. Desde ese momento pudo dar rienda
suelta a su genio creativo. En 1910 su padre contrata a un maestro para
que le de clases en su casa, junto a sus hermanos y a otros niños de los
alrededores. Luego, entra a la escuela y cursa hasta cuarto grado.
Aprendió las cuatro operaciones aritméticas y supo por primera vez de la
electricidad. Nació, así, otro de sus delirios o "quijotadas", como
él llama a sus aventuras de crear luz. A mediados de 1920, inicio su
relación con la chatarra utilizando los restos de un carro que chocó por la
carretera de Tovar. La batería y el generador del vehículo habían quedado
intactos. Estos componentes los adaptó a una turbina movida por agua y
generó luz. Ese fue el comienzo...
Uno de los puntos claves de la creación de don Luis Zambrano es la
palabra Chatarra, la cual considera debe ser eliminada del diccionario.
"La palabra chatarra y la palabra política, yo las quitaría del
diccionario. Porque la palabra política es útil a los puros políticos y la
palabra chatarra no existe porque no hay chatarra, lo que hay
negligencia".
Por ello sus máquinas están integradas por desechos de carros,
camiones, ferrocarriles, entre otros. Así, cada creación tiene su propia
historia, lo que don Luis cuenta con gran cariño.
A finales de los 80 trabajó en un complejo de máquinas integradas que
tiene varias funciones industriales. Al verlas cuidadosamente no sabemos,
con certeza, cual es la separación entre la técnica y el arte en sus
creaciones, pues en su esencia la geometría y las formas se integran
armónicamente. Desde su infancia, tomó la manía de recolectar desechos
para volver a hacerlos útiles. Con gracia, dice que muchos han ido a
comprarle hierros viejos, como chatarra o basura, para fundirlos y se han
llevado un fiasco ante su negativa. Una de las lecturas que más le
impactó de niño fue Julio Verne. De él dice haber aprendido máximas que le
han servido durante toda su vida, y una de ella es "no creer en los
imposibles". Con emoción afirma que no considera las obras de
Julio Verne son sólo para niños. ¡Cuán cerca está don Luis de las
motivaciones de ese creador del género de la ciencia y de la ficción! El
dice que de haber creído en imposibles nunca hubiera hecho nada. Cuando
hablaba de hacer un trapiche lo que también genera luz, la gente lo veía
como a un loco.
Fue un autodidacta. Su aprendizaje, como inventor y tecnólogos, fue
largo. Debió conocer las limitaciones de los materiales y darle las formas
adecuadas. De niño y adolescente, debió ayudar a su padre a cultivar.
Ayuntó bestias, recolectó la cosecha y, así, surgió su idea de la necesidad de
crear máquinas simples que aligeren el pesado trabajo del
campo. Aproximadamente, hacia 1920 fue carpintero y comenzó a hacer cajas
para muertos. Pero tuvo que abandonar este trabajo porque los muertos son
malos fiadores y nunca le pagaron. El padre de su difunta esposa Elia
Morales, le enseñó las herrerías. Aprendió de él a dar forma al candente metal.
Gracias a ello comenzó a trabajar, por un tiempo, haciendo herraduras. Labor
que también debió abandonar por dejarle muy pocas ganancias. Cada
herradura terminada y colocada costaba tres bolívares. Con ese
conocimiento comenzó por todos los alrededores arreglar trapiches y a
hacer picos y palas para la construcción de la carretera Trasandina.
Todavía en tiempos de Gómez, a quién considera el mejor gobernante de
Venezuela, por haberla pacificado y no permitir a nadie quitar un palmo de
nuestro territorio nacional, comienza a construir armas y por poco va
preso. Hizo una escopeta de 9 disparos de calibre 44, que solo usaba para
practicar el tiro, pero cuando las autoridades los supieron se la quitaron
y lo llevaron a prisión, pues estaba terminantemente prohibida la tenencia
de armas y más aún su construcción. De esa se salvó porque su padre
intervino, y le hizo destruir el arma ante las autoridades. También
construyó revólveres y otras armas.
En 1930 se casó y comenzó a hacer trapiches y a dotar de luz, a los
lugares más recónditos de las poblaciones andinas. Algunos, aún hoy en día
después de 58 años, siguen funcionando con turbinas movidas por agua. En
esa época tiene contacto con los libros espiritistas, que más adelante
quemará su esposa. A la muerte de su padre comienza la reconstrucción del
trapiche de su familia, maravilla tecnológica que asombró al país y que
hoy es solo ruinas.
En los años 1939 y 1942 va a trabajar a la carretera de Pregonero, para
aprender a manejar y usar las máquinas y conocer su mecánica. Empieza como
chofer y termina como jefe de mecánicos. Siempre con gran humildad, llegó
a resolver problemas que estuvieron a punto de paralizar la obra, pues
debido a la segunda guerra mundial, las partes de las máquinas dejaron de
llegar. Así, comenzó a reparar lo que en otros tiempos hubiera desechado,
hizo piezas y se ganó la estima de todos.
De ahí en adelante comenzó su etapa de inventor: construyó peleadoras de
zanahorias, de fresas, clasificadoras de ajo, moledoras de café..., y su
motor Turbo-Zam. Este sólo tiene 25 piezas, a diferencia de las mil y pico
de los motores convencionales. Nunca lo pudo terminar por falta de apoyo
constante. Sobre ese motor se han hecho varias tesis de ingenieros y de
técnicos superiores. En 1983, la Universidad de Los Andes lo honra con un
Doctorado Honoris Causa, el cual recibe entre lágrimas y alegría.
La tragedia ha tocado su vida muchas veces. Hace varios años, cambiando
una correa perdió parte de un brazo. En otra ocasión le cayó un motor de
120 kilos en un pie. Pero nunca ha dejado que la inactividad lo domine,
siempre haciendo. Sus últimos años los pasó postrado en una silla.. Sobre
ello nos dijo: "Esa ley de gravedad todos los días sobre mí, me impide
caminar".
Creemos fervientemente que hoy Venezuela, en su actual situación, debe
prestar más atención a todas sus fuentes de creación y don Luis Zambrano
es uno de sus paradigmas.
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