RECOGIENDO LOS PASOS


    
A eso de las dos de la tarde se recostó en el chinchorro bajo una mata de mango huyendo del calor abrazador de los campos falconianos, la modorra se estaba apoderando de ella cuando su teléfono sonó en el bolcillo de su delantal.


 -¡Bendición tía!
-¡Mija bella! ¿y esa sorpresa que se acuerda de su tía? –Contestó asombrada de recibir la llamada de una de sus sobrinas de la capital.
-Pues con ganas de saludarla tía, a que no se imagina con quién me vi esta mañana… -Prosiguió la joven con tono jovial.
-Pues no seeee mija… ¿con quién?
-¡Con mi tía Justina!
-¿Cómo así mija? –Sintiendo un ligero escalofrío- Si su tía está los Andes.
-Pues la vi y ella me vio y me saludó de lejos pero no hablamos iba como muy apurada.
-Ahhh ya… -Mientras la conversación se iba por las ramas tocando otros temas hasta que la  sensación de frío desapareció de su piel.
                Matilde se quedó pensando que su hermana no le había comentado que viajaría, ¿además que tenía ella que hacer en la capital?, dejó de pensar y se sumió de nuevo en el sueño pesado de la tarde.
-Maíta, maíta mira donde está mi tía Justina –Gritó el chicuelo.
-No miiiijo, que ella no ta aquí pue!
-Si maíta, allá, allá mírala –Insistía señalando con el dedo el pequeñín que no pasaba los cinco años.
Sintió de nuevo recorrer su espalda por aquella gota helada que serpenteaba por entre las vértebras parándole el pelo de punta.
                Distinguió a lo lejos a Justina que la saludaba con la mano levantada, llevaba puesta la blusa rosada que tanto le gustaba, esa que le había regalado ella en navidad y se veía muy bonita, acaso más fresca, más joven.
-Será que se vino y no me avisó –Pensó- se encogió de hombros y le respondió el saludo.
-Necesito que me hagas un favor –Le escuchó decir muy cerca como si la tuviera cara a cara.
-Claro lo que quieras –Respondió Matilde sin vacilar.
-Más tarde te enviaré algo, ya sabrás de que se trata- La voz se apagó y Matilde  y siguió tumbada en el chinchorro.
Se ocupó de la cena al caer la tarde, amasó la harina y montó el tiesto para asar las arepas, rayó el queso y calentó las caraotas. Mandó a cheíto, su hijo mayor a buscar la leche y llamó a los comensales cuándo todo estuvo listo. Inspiró profundo el aroma de la cocina que le era tan familiar, le recordó su infancia en la casona de la hacienda, una casa tan vieja como esas tierras, llena de historia, llena de voces del pasado.
De muchacha escuchaba los cuentos de su abuelo rodeado de todos sus nietos, por aquí pasó fulano… y sutano también en época de la independencia, y allá por esos campos se quedaban debajo de los árboles aquellos las tropas de perencejo, ah su familia, era muy numerosa, como las familias de antes, ahora las mujeres no dan a luz como en aquella época, ella misma solo tenía tres muchachitos, tres no más, su marido, su papá que ya rondaba los noventa años y ella, eran todos los comensales esa noche.
Después de cenar los niños salieron a ver las estrellas  y echarle broma a las gallinas ya acomodadas en los palos del corral, su padre comenzó a recordar uno de esos cuentos del abuelo, uno que decía que en la familia había una cosa muy rara, pues cuando alguien se iba a morir primero recogía sus pasos y luego sí se moría tranquilo, pero que no lo hacían todos, sino que aquel que lo hacía le pedía un favor a un familiar, uno que no se le niegue a nadie, y entregaba una carta, una carta que le había dado a él el difunto que había desandado antes que él, quién la recibía debía en vida intentar entregarla, no podía perderla pues sus consecuencias serían catastróficas, desde desapariciones de familiares hasta incendios inexplicables y quién sabe que más desgracias además de desandar como alma en pena durante mucho tiempo.
Esa maldición venía a causa de un amor truncado por la desgracia, dos jóvenes que creyéndolos amantes consiguieron la muerte a manos de un familiar suyo muy lejano que vivió en esos parajes hacia como cien años, el hombre ciego de rabia y celos se lanzó sobre su mujer y su hermano dejándolos sin vida sin saber que el secreto que ambos guardaban y esperaban develar en su cumpleaños era la pronta llegada de un miembro más a la familia, la noticia había sido enviada con una criada que llegó tarde, por lo cual el hombre sigue creyendo infiel a su esposa y desde entonces el espíritu de la joven mujer intenta hacerle llegar la carta para proteger a su hijo no nacido.
-La desgracia mija, toca a la puerta en cualquier momento… -El viejo cerró con esta frase el relato.
-¡Maíta, maíta! -Cortó la voz del pequeñín- mi tía vino y me dio esto –Extendiendo un papel doblado y amarillento- me dijo que se lo diera a usted.
-¿Cual tía mijo?
-Mi tía Justina mami.
                Mientras Matilde tomaba el sobre de las manos de su hijo sonó repentinamente el teléfono.
-¿Alo?... ¡cuñado! ¿Cómo estáis? –Dijo al teléfono su marido con acento maravino- ¿Cómo? ¿Cuándo? Ahhhhhh, ¡que broma cuñado! Mi sentido pésame.
                La mujer se había apartado del comedor para revisar el dichoso papel que acababa de recibir, lo desdoblo con cuidado pues era bastante viejo y temió romperlo, había algo escrito en él con una tinta emborronada:

Para: Matilde
De: Justina
            Entrega esta carta a su verdadero dueño, yo no pude hacerlo, hazlo pronto antes de caiga la desgracia, te quiere Justina.
Ps: Gracias por haberme liberado del compromiso.


La puerta se abrió, y a lo lejos se dejó escuchar un gemido profundo cuándo el esposo buscó a Matilde para darle la noticia, solo encontró al chico en la cocina mirando fijamente a la fría oscuridad de la noche.

                       Autora: Alexandra Petrovic Jiménez 10/09/2015

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