PROFECÍA DE CARIBAY


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VOZ DE IVAN ALFONSO RIVERA
PERIODISTA Y LOCUTOR VENEZOLANO



Emilio Menotti Spósito

Una a tarde en que el sol tras la montaña con su carga de plata se perdía, llegué a la gruta de estructura extraña. Me llevaba hacia allá la que acompaña al poeta infeliz: Melancolía.

En la caverna que arropara ante castos idilios y salvajes raptos los besos de pasión de los amantes, el lúbrico danzar de las bacantes y los secretos de infernales pactos, hoy sólo habita un mago misterioso, a quien temen las gentes de la aldea por su vivir huraño y esdeñoso.


Dijérase un patriarca de Athenea que sólo buscaba soledad, reposo lejos de la estultez de la ralea.

Con ademán austero, aquel anciano me dio la bienvenida. Entre las suyas estrechó mi mano, y entré con la inconsciencia del profano que se inicia en la ciencia de la vida.

Pendían de la gruta estalactitas, como cuernos de luz, en caprichosas ondulaciones, raras e infinitas. El agua elaboró las margaritas de nácar y las perlas y las rosas.

Y oí la sabia voz del nigromante, en el severo ambiente de la gruta, resonar lascinante como el silbido de la sierpe astuta:

-¿Qué pretendes de mí? ¿Quieres abrigo? ¿Buscas la soledad de mi existencia? ¿0 en la profunda ciencia del licor enemigo que destruye el amor y la conciencia pretendes, ignorante, tu castigo?

-Quiero saber -le respondí -patriarca o sabio nigroman te o adivino: ¿Las aves volarán del risco andino? ¿Es verdad que abandonan la comarca?.

-Caribay dejó escrito su destino -me respondió el anciano- "...las Cinco Águilas Blancas de la leyenda indígena levantarán su vuelo por el azul magnífico, cuando de nuevo el rubio aventurero escale audaz su nido, en elevado risco donde el venado arisco por res petos al Ches pasa sin ruido; y el pájaro de acero, odioso y atrevido, burle del cerro el milenario fuero... Emigrarán las águilas, impolutas y
dignas, huyendo al hombre estulto de músculos de acero, y las aves de hierro de infernales consignas y graznar agorero..."

Me despedí del viejo nigromante. La luna se mostraba satisfecha de su diaria labor. Resplandecía con el oro de ubérrima cosecha en los trigos en flor de la alquería. La gruta simulaba en la distante y obscura serranía, algo así como el ojo de un gigante, que avizora anhelante de la raza vencida su agonía...

(Tomado de Cantos Bárbaros, publicado en Mérida en 1926)


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