Este artículo pretende clarificar el papel que juegan las distintas instancias
que concurren en el circuito de la Literatura juvenil y su didáctica: libros (la calidad
literaria), la opinión de los mediadores, los propios lectores o sobre la realidad de las
aulas. El artículo aboga por la integración de las contribuciones que llegan desde las
distintas perspectivas de análisis en aras a una comprensión más completa de una realidad
de por sí compleja y dinámica.
A tenor de la información que acaba de llegar de la última edición de la Feria
de Francfort (2002), puede decirse que la vida media de un libro en una librería –sin
reposición posible, en la mayoría de los casos- no va mucho más allá de un par de
meses. Las consecuencias de un sistema productivo (el editorial) cuyo único objetivo
parece ser la máxima rentabilidad en el mínimo espacio de tiempo, son claras: de
una parte, la homogeneización del mercado, en detrimento de la diversidad en la
oferta, y a favor siempre del alumbrón que periódicamente vivirán los best-sellers;
de la otra, la anulación de todo criterio selectivo, derivándose de ésta última un
aumento creciente de comportamientos desordenados e imprevisibles entre los lectores
más sólidos o entre aquellos otros pertenecientes al sector de los considerados
más competentes. Unos lectores con los que, obvio es decirlo, el mercado no parece
contar.
Según los estudiosos de la lectura en el mundo occidental, asistimos a un
panorama que presenta fuertes síntomas de disolución en el "orden de la lectura".
Sin
embargo, frente a este diagnóstico tan poco halagüeño respecto a los comportamientos
lectores más adultos, contamos con una producción de literatura infantil y juvenil
que debe en gran medida su implantación a la demanda escolar.
Al considerarse que los libros para niños y adolescentes son una buena inversión
para la formación lectora y literaria, y contar, en consecuencia, con la legitimación
de la institución escolar y la demanda que ésta genera, podemos concluir que,
efectivamente, el libro infantil y juvenil es un tipo de libro que, cuando está entre los
recomendados, goza de mayor estabilidad en las librerías.
Aun así, ¿qué ocurre con los aproximadamente 5.000 nuevos títulos de
Literatura infantil y juvenil que se publican al año en España, lo que supone alrededor
del 15% de la producción editorial, según recoge La lectura en España. Informe
2002? Esa cifra seguramente contiene los 350 libros de Literatura infantil y juvenil
que se publicaron en euskera en 1999, lo que supone un 23% de la producción editorial,
o los 371 del año 2002, con el 24,5% de dicha producción.
Es evidente que, dada la abundancia de la oferta, resulta prioritaria la creación
de unas pautas orientativas, máxime si hablamos, como es el caso, de un consumidor
—el niño o el adolescente— que está todavía en una fase de construcción de comportamientos
lectores autónomos.
Sin embargo, cada día que pasa parece más difícil, tanto desde las instituciones
mediadoras como desde presupuestos progresistas y democráticos que siempre
han apelado al papel civilizador de la lectura, neutralizar el "leo lo que me parece"
posmoderno.
No obstante, sería injusto tomarse a la ligera manifestaciones que, además
de sacudirse el yugo de una concepción elitista y aristocrática de la lectura que
dominaba el orden anterior, pueden portar en sus mensajes un potencial lector que
pugna por descubrir su propio camino aun al margen de la lectura domesticada de los
mediadores sociales.
Si trasladamos al ámbito escolar este difícil equilibrio de la lectura,
nos encontramos, por un lado, con los partidarios del “Fomento de la Lectura”,
de la lectura libre —"que lean lo que les venga en gana, con tal de que lean, aun cuando
no nos guste"—, confiados en que si alguien lee un libro la batalla no está del todo
perdida, y que ese pequeño peldaño le llevará a otro superior, y así sucesivamente hasta el goce pleno de la lectura literaria; y por otro lado, con los que piensan que,
para progresar en la competencia cultural del lector literario, lo correcto o pertinente
es enseñar a leer a través de lecturas elegidas y obligatorias.
En este sentido –debido en gran medida a la potente influencia de los mass
media-, asistimos desde hace un par de décadas a un fuerte cuestionamiento de
muchas de las pautas lectoras que, no hace tanto, constituían realidades insoslayables
para cualquier persona considerada socialmente culta.
De igual forma, en los estudios literarios se ha venido produciendo un desplazamiento
del énfasis desde la "literariedad" (como expresión específica de lo literario),
hacia la revelación del lector como uno de los elementos clave del sistema de
comunicación social denominado “literatura”. Bien es verdad que desde los ochenta
vienen coincidiendo en su interés por el lector planteamientos que provienen tanto de
la psicología cognitiva como de la teoría de la recepción.
Un interés cuyo potencial
de aplicación no se agota en el texto literario y que ha tenido una honda repercusión
en los enfoques sobre la comprensión lectora en los últimos modelos educativos, propiciando
la incorporación de la literatura infantil y juvenil como una materia imprescindible
para la formación lectora y literaria de niños y adolescentes.
Pero, ¿cómo se desenvuelve la literatura infantil y juvenil en una sociedad
globalizada, donde la lectura ha dejado de ser el principal instrumento de culturización
a favor de los medios audiovisuales de masas con la televisión al frente? ¿Cómo
afectan las transformaciones derivadas de la irrupción de las nuevas tecnologías —
la digitalización e Internet— en las que viven inmersas las sociedades postindustriales
en las instituciones pedagógicas?
SEGUIR LEYENDO O DESCARGAR ESTE ARTÍCULO EN:
Aldekoa Beitia, Iñaki
El dificil equilibrio de la lectura: una mirada a la literatura juvenil y su didáctica
Revista de Psicodidáctica, núm. 15-16, 2003, pp. 131-142
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea
Vitoria-Gazteis, España
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
No Olvides Comentar Aquí: