Aunque el veinticinco de diciembre es la fecha en la que el mundo cristiano recuerda el natalicio de Jesús de Nazaret, realmente el hecho histórico no se dio en esta fecha, fue más bien a fines de septiembre según diferentes estudios.
Sin embargo esto es irrelevante, lo realmente importante es que más de la mitad del planeta dedica un momento al año para tan glorioso evento, y aunque hoy se recuerde en un día que tiene más que ver con creencias paganas que con la fecha real e histórica, la navidad surgió con buenas intenciones de hacer que no olvidemos que hubo uno más grande que nosotros que “…se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres…” para que “…estando en la condición de hombre, se (humillara)…a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz…” (fil. 2:7-8), el verdadero sentido de la navidad es tener presente esta verdad maravillosa para todo el que de una u otra forma se haga llamar cristiano.
Sin embargo, lo que ahora comúnmente se celebra como navidad dista mucho del significado real, por general cuándo celebramos el cumpleaños de algún familiar o amigo, lo hacemos de modo que esa persona se sienta feliz y agradada, preparamos la comida y el postre favorito del cumpleañero, amenizamos la fiesta con su música predilecta y todo gira en torno a sus gustos; pero cuando se trata del cumpleaños de Jesús, olvidamos cuáles son sus gustos y hacemos los preparativos en torno a los nuestros, y no es que esté mal hacer estos preparativos, sino que hemos olvidado a quien vamos a congratular, y cómo quisiera él que viviéramos estas fechas.
La familia tiene en el corazón de Jesús un lugar especial, Dios introduce a Cristo en el mundo a través de una familia, es en una familia en donde él es formado, en donde crece y aprende humanamente los principios del amor de Dios y hacia Dios, en donde ve que sus padres creen en Dios pero también le creen a Dios, por lo que lo más lógico es pensar que a Jesús le agrade que la celebración navideña sea en torno a la familia, al amor fraternal, al cuidado, al respeto de pareja, de padres a hijos y viceversa, al dejar de lado el enojo, la desobediencia, los gritos y las faltas de respeto, el perdonar y el pedir perdón, al poner a la familia en el sitial que debe estar, primero Dios y luego la familia como extensión del amor de Dios en nuestras vidas, pues lo más parecido al amor divino es el que sienten los padres hacia sus hijos, así que como padres honremos ese inmenso amor, y como hijos disfrutemos de él en unión, fraternidad, compartir, y búsqueda de una vida recta que agrade al “cumpleañero” de estas festividades.
Feliz navidad y próspero año nuevo 2018 tengan en unión de los suyos, y que la bendición y la provisión del altísimo se derrame sobre cada hogar venezolano en estas navidades.
Por: Alexandra Petrovic