19 de noviembre de 2017
Ahí estaba,
cual ganadora del Oscar llorando a moco tendido con sus lágrimas falsas, tan
falsas como una imitación barata de joyería. Cualquiera con un poco de agudeza
mental se habría dado cuenta de que nuestro matrimonio era un fiasco.
Pero
ahí estaba, con él, dándole palmaditas en la espalda como si quisiera
consolarla. ¿Consolarla de qué? si estoy seguro que por dentro ha de sentir un
fresquito, y eso que ayer por la mañana le dejé sobre la mesa la más exquisita
caja de bombones rellenos, rellenos con sorpresa, el regalo perfecto para una perdida
a la que debía poner en su sitio; pero la sinvergüenza fue mucho más rápida que
yo, me había aderezado la cena con esmero y entonces heme aquí, frío, inerte, solo
aunque espero que no por mucho.
Bajo tres
metros de tierra analizo mi situación mientras se derriten los bombones sobre
la mesa.
Ya se van, se
alejan presurosos aunque el sepulturero no ha terminado su trabajo, cerrados de
luto hasta el cuello, ¡qué descaro!, el lugar detrás del manubrio tiene nuevo
chofer.
El chocolate,
ah el chocolate, siempre le gustó el chocolate dulce y aromático, el pecado más
delicioso y provocativo, dos dedos limpian los bombones derretidos de la caja y
llevan el manjar hasta la boca, y esta boca hacia otros labios que se regodean
de su libertad, saborean con deseo el relleno de frutos secos, mientras yo
espero a que mi mujer venga hacerme eterna compañía.
Alexandra Petrovic
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
No Olvides Comentar Aquí: